La infancia es crucial para lo que será nuestra vida posterior como adultos. Es en esta fase del desarrollo evolutivo en la cual aprendemos los mecanismos que nos permitirán adaptarnos a los retos que se nos van presentando. Un mecanismo de adaptación se puede definir como un ajuste que realizamos en nuestra personalidad aunque la mayor parte de ellos hemos aprendido a realizarlos en la infancia. Podríamos decir que estas adaptaciones son los esquemas que, aprendidos en nuestra infancia, pondremos en funcionamiento cuando a lo largo del resto de nuestra vida nos encontremos ante situaciones frustrantes, estresantes y ante las cuales decidimos actuar para afrontar las diversas situaciones con que nos encontramos en nuestra vida diaria. En palabras sencillas es la manera que encontramos en la vida de subsistir con lo que nos tocó.
Por ejemplo haber tenido un padre que era un maltratador adaptará a que la violencia sea un camino más de solucionar las cosas con los demás. Esta adaptación puede provocar cuando el sujeto sea adulto una indiferencia total ante las relaciones afectivas, sean estas del tipo que fueren. Si por el contrario el panorama con el que se encuentra el niño es una familia desestructurada puede provocar en el niño que se enmascare en cualquier situación con un antifaz de indiferencia para intentar lograr que las turbulencias familiares no recaigan sobre él. Situaciones constantemente impredecibles en la infancia pueden provocar que el niño convertido ya en adulto intente rodearse de un entorno en el cual prácticamente no se produzcan cambios.
Aunque estos mecanismos defensivos que hemos aprendido en la infancia para solventar los momentos difíciles pueden ser útiles en nuestra vida adulta la mas de las veces se convierten en elementos fijos de nuestra personalidad que lo único que provocan es que no podamos crecer como seres humanos en plenitud. La mayor parte de las personas, llegadas un determinado momento evolutivo prácticamente renuncian a seguir adaptándose a las nuevas realidades y su vida se convierte en algo monótono. Esas primeras adaptaciones en la niñez se van fijando en la adolescencia y en la primera juventud y finalmente se convierten en una auténtica coraza a través de cuyo yelmo el adulto interactúa con la realidad que le rodea. Si bien es cierto que este comportamiento también es adaptativo renunciar a las nuevas experiencias es una asunción de negarse a seguir creciendo como ser humano.
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